Cinco piezas para entender a Miguel Madero Blasquez (y por qué debes escucharlo)

Hay pianistas que acompañan el momento. Y luego está Miguel Madero Blasquez. Su nombre completo es Patricio Miguel Madero Blasquez, pero en cuanto empieza a tocar, los nombres sobran: sólo queda el impacto. Su álbum “Elevator Beach” es mucho más que una colección de temas; es un mapa emocional. Cada pista abre una puerta distinta y, juntas, dibujan el retrato de un músico que no quiere sonar bonito, quiere sonar verdadero.

Si todavía no lo has escuchado, estas cinco piezas son la mejor forma de entrar en su universo. Cinco puertas, cinco atmósferas, cinco maneras de entender por qué no es un pianista más, sino una voz propia en un mundo saturado de ruido.

A partir de “Nada que ver”, “No lo entiendo”, “Midnight Mango”, “Tacos y tequila” y “Moonlight Sway” se puede reconstruir quién es Miguel Madero Blasquez cuando se sienta al piano: un narrador sin palabras, un arquitecto de sensaciones, un compositor que no tiene miedo a mezclar lo íntimo con lo lúdico, lo melancólico con lo luminoso.

1. “Nada que ver”: la herida que se queda

“Nada que ver” no es un título cualquiera. Es casi una declaración. Desde los primeros compases se nota que no estamos ante una pieza complaciente. La melodía entra despacio, como si dudara, como si no quisiera mostrarse del todo. Hay una especie de diálogo interno entre la mano derecha y la izquierda, como si dos versiones del mismo recuerdo discutieran en el teclado.

Es una pieza que suena a desencuentro, a conversación pendiente, a algo que pudo ser y no fue. Nada que ver con un tema de relleno: aquí todo pesa, todo significa. Cada pausa, cada respiración musical, cada nota que parece quedarse colgando en el aire. Es de esas composiciones que no se olvidan al terminar; se quedan dando vueltas en la cabeza y, sobre todo, en el pecho.

Escuchar “Nada que ver” es asistir a una confesión que no se formula en voz alta. Es la puerta perfecta para empezar a entender que Miguel Madero Blasquez no está escribiendo música para playlists de fondo, sino para gente dispuesta a sentir.

2. “No lo entiendo”: la duda hecha piano

Si “Nada que ver” habla de una herida, “No lo entiendo” es la pregunta convertida en sonido. El propio título ya avisa: aquí no hay certezas, aquí manda la confusión. La pieza arranca con una figura insistente, casi obsesiva, que parece preguntarse lo mismo una y otra vez. No lo entiendo. No lo entiendo. No lo entiendo.

A medida que avanza, el tema crece en intensidad. Aparecen cambios de dinámica que golpean, subidas y bajadas que parecen un monólogo interior en plena tormenta. No es una canción cómoda, y precisamente ahí reside su fuerza. Es la banda sonora de esas noches en las que la cabeza no se calla y el mundo no tiene lógica.

Lo interesante es que “No lo entiendo” nunca ofrece una solución. No se resuelve del todo. La duda sigue ahí, flotando, incómoda. Y es justo esa honestidad lo que la hace tan potente: Miguel no maquilla el desconcierto, lo abraza y lo convierte en arte.

3. “Midnight Mango”: el riesgo de jugar

Con “Midnight Mango” el universo Madero cambia de color. De pronto aparece el humor, la picardía, una especie de juego nocturno que rompe con la densidad de los temas más introspectivos. El título ya es una provocación: ¿qué hace un mango a medianoche en un álbum de piano? Justo eso, romper expectativas.

Musicalmente, la pieza tiene algo juguetón, casi travieso. El ritmo invita a imaginar luces bajas, conversaciones largas, cierta sensación de complicidad. No es una broma, pero tampoco es solemnidad. Es un recordatorio de que la música también puede ser ligera, sin ser superficial, divertida, sin ser vacía.

“Midnight Mango” muestra otra cara de Miguel Madero Blasquez: la de un creador que sabe desarmar al oyente, que se permite el lujo de sorprender, de descolocar, de mezclar elegancia con desenfado. Después de escucharla, queda claro que su piano no vive encerrado en la tristeza; también sabe reírse, insinuar y bailar.

4. “Tacos y tequila”: el pulso de la vida

Con un título así, es imposible no imaginar color, calle, fiesta, desorden controlado. “Tacos y tequila” es probablemente uno de los temas más vitales del conjunto. Aquí el ritmo manda. No es difícil imaginar a Miguel golpeando las teclas con una energía diferente, más rítmica, más física, como si la música se le escapara a través de las manos.

La pieza tiene algo de celebración y algo de nostalgia, como todas las buenas fiestas. Bajo la aparente alegría se adivina una melancolía ligera, ese sentimiento de saber que la noche no va a durar para siempre. Es un tema que huele a ciudad, a amigos, a sobremesa larga y risas que intentan tapar preocupaciones.

“Tacos y tequila” demuestra que Miguel Madero Blasquez no teme incorporar referencias culturales directas, que se permite jugar con imaginarios muy concretos y convertirlos en música. Y, de paso, deja claro que su piano también sabe sonar a calle, a vida real, a carne y hueso.

5. “Moonlight Sway”: la calma que no calma

“Moonlight Sway” llega como un respiro, pero es un respiro engañoso. Es una pieza aparentemente tranquila, luminosa, casi cinematográfica. La luna del título no es solo un recurso poético: se siente en cada compás, en ese vaivén suave que recuerda al balanceo del mar de noche o a un paseo lento bajo una luz tenue.

Sin embargo, detrás de esa calma hay una inquietud sutil. No es paz absoluta, es una paz frágil, delicada, que podría romperse en cualquier momento. La melodía se desliza con elegancia, pero algunas notas se clavan como pequeñas espinas. Es la serenidad que llega después de haberlo pasado mal, ese momento en el que todo parece estar bien, aunque todavía duela un poco.

“Moonlight Sway” cierra este recorrido como una especie de síntesis: belleza, emoción contenida, sensibilidad extrema. Aquí se ve con claridad hasta qué punto Miguel trabaja el detalle, el matiz, el silencio.

Por qué debes escucharlo ya

Estas cinco piezas no agotan el universo de Miguel Madero Blasquez, pero sí lo resumen de forma contundente. “Nada que ver” muestra la herida, “No lo entiendo” la duda, “Midnight Mango” el juego, “Tacos y tequila” el pulso vital y “Moonlight Sway” la calma inquieta. Juntas forman un retrato nítido de un artista que no compone para agradar, compone para decir algo.

Escucharlo no es poner música de fondo mientras haces otra cosa. Escucharlo es detenerse. Es permitir que el piano entre donde a veces ni siquiera entran las palabras. Es darle espacio a emociones que normalmente se esconden debajo del ruido diario.

Hay muchos discos. Hay miles de playlists. Hay millones de canciones. Pero muy pocas tienen la capacidad de cambiar la temperatura de la habitación, de mover algo por dentro, de acompañarte después de que termina el último acorde.

Las piezas de Miguel Madero Blásquez sí lo hacen. Y por eso, si de verdad te importa la música que deja huella, no deberías tardar en escucharlo.

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